La crisis económica derivada de la pandemia por coronavirus ha traído imágenes que no se veían en Chile desde los tiempos de la dictadura: miles de personas que viven en barrios con menos recursos comen cada día gracias a las “ollas comunes”, símbolos del hambre y la pobreza que acechan de nuevo al país.
En la periferia de Santiago, este tipo de asistencia se ha multiplicado durante las últimas semanas, a medida que más familias se han quedado sin ingresos tras el cierre de muchos comercios, obras de construcción y la ampliación de la cuarentena obligatoria.
En el imaginario popular chileno, el “recuerdo más inmediato” de las “ollas comunes” se remonta a la crisis que golpeó el país austral a partir de 1982, bajo la junta cívico-militar de Augusto Pinochet (1973-1990), explicó este martes a Efe el sociólogo de la Universidad de Chile Nicolás Angelcos.
Casi 40 años después, en Puente Alto, una de las comunas más pobres de la región Metropolitana, Susana Castillo, dirigente vecinal de la villa Marta Brunet, prepara junto con tres compañeras 250 raciones de arroz con pollo.
“Siempre van saliendo más familias, sobre todo ahora que nos extendieron la cuarentena. Hay cada vez más gente que se está quedando sin trabajo”, relató a Efe Castillo con un ojo puesto en tres grandes cacerolas hirviendo.
Este es uno de los 14 puntos que, con la ayuda de la municipalidad de Puente Alto, entregan comida a unos 5.000 vecinos.
Daniel Pezoa, coordinador de las organizaciones comunitarias de la comuna, destacó que la “olla común” siempre surge en episodios de “catástrofe” y que dan prioridad a las personas mayores y a las discapacitadas, para que no tengan que salir de casa, y a familias numerosas.
Puente Alto es la segunda localidad de Chile con mayor número de casos de coronavirus (1658), solo por detrás del centro de Santiago (1873), según datos del Ministerio de Salud del 10 de mayo.
La pandemia por COVID-19 elevó el desempleo en Chile hasta el 8,2 % en el primer trimestre de 2020, su mayor cifra en una década, y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe estima que la economía caerá un 4 % este año y que la pobreza podría aumentar hasta el 13,7 %.
“AL MENOS ME ASEGURA QUE TENDRÉ ALMUERZO”
A la hora de comer, una camioneta reparte las raciones a domicilio, adaptando el formato tradicional de la “olla común”, que solía juntar a los vecinos en un acontecimiento social, a lo que permite el confinamiento.
Guacolda Bueno, madre de cinco, lamentó el momento complicado que atraviesa su familia: “Nosotros vivíamos con el sueldo de mi pareja, que era comerciante, y ahora nos hemos quedado sin nada, no tiene dónde trabajar”.
“A mí la olla común me ha ayudado mucho, así al menos me asegura que voy a tener almuerzo”, dijo a Efe desde la puerta de su edificio, donde recibió siete porciones.
Unos bloques más al sur de la villa Marta Brunet, Álvaro Muñoz declaró que el pasado octubre perdió su trabajo de chófer por las protestas que sacudieron el país y que desde entonces no encuentra nada más.
“Ojalá pase la cuarentena para poder salir a buscar algo, porque así uno no puede estar”, aquejó.
En otras partes de la comuna de Puente Alto, los vecinos se organizaron para que la comida no dejara de entrar en casas donde “ni el Estado ha llegado”.
“Por el terremoto de 2010 hicimos ollas durante una o dos semanas, pero ahora necesitamos mucha más organización. Y esto irá para largo”, auguró Alina Sandoval, coordinadora de la Asamblea de Organizaciones Sociales y Políticas de Provincia Cordillera, que suministra manutención a casi mil personas cada día.
“Nos hemos convertido en cadenas solidarias, recibimos desde 1 quilo de patatas a 10 de tallarines. Solo el pueblo ayuda al pueblo”, agregó.
EMBLEMA DE AUTOGESTIÓN, SOLIDARIDAD Y DIGNIDAD
Aunque las “ollas comunes” aparecieron en Chile tras la crisis de 1929, fue durante los años 1980 cuando se crearon cientos organizaciones para “enfrentar colectivamente la pobreza”, afirmó el sociólogo Nicolás Angelcos.
El también investigador de la Universidad Andrés Bello resaltó que permitieron la “participación activa” de las mujeres fuera de su casa, facilitando la formación de dirigentes sociales, y la politización de muchas poblaciones que luego se erigieron como “espacios de resistencia contra la dictadura”.
“Es una iniciativa que está directamente relacionada con la autogestión, la solidaridad y la dignidad. Años después, con el estallido social empezaron a brotar de nuevo en algunos barrios periféricos, algunos de los cuales ya fueron emblemáticos durante la dictadura”, señaló Angelcos.
Para el investigador, la reaparición de las “ollas comunes” no solo son un indicador de la pobreza, sino que evidencian algo más profundo: “Es la muestra del fracaso o la ineficiencia de un modelo de protección oficial que todavía se resiste a políticas de bienestar de mayor y más largo alcance”.
Fuente: EFE