Algunos confunden los ciclos reproductivos de las perras humanizándolas, pero vale la pena aclarar que solo menstrúan los primates y otras pocas especies. Las perras no menstrúan, si no que ciertamente celan, pero nunca menstrúan. La llegada del celo en la perra es la señal que marca su capacidad para reproducirse.
Por el contrario, la menstruación de la mujer es la frustración del embarazo. Es un proceso antecedido por la dedicada preparación del lugar donde se supone que va a estar albergado el futuro bebé.
Supongamos que la matriz o sea el útero fuera una habitación, en la que se arma una cuna, se empapelan las paredes, se pintan las ventanas, etc., como para recibir al nuevo ser. Por supuesto todo esto expresado en el mejor sentido figurado. Se prepara todo para recibir al futuro crío que se concebirá si el “príncipe azul” se digna a venir y aportar su espermatozoide para unirse con el óvulo y generar un nuevo ser.
Pero esta espera preparatoria no es eterna. Tiene fecha de vencimiento y cumplida esa fecha comienza la frustración.
Desde algún lugar se avisa que no se va a esperar más y que hay que desarmar todo lo preparado. Y entonces se “tira todo por la ventana” y comienzan las pérdidas sanguíneas, dolorosas e inclusive con coágulos. Es el inicio de la menstruación, ciclo de la mujeres que cada 28 días, días más días menos, se repite y sólo será interrumpido por el embarazo, si es que ocurre.
Queda claro que la menstruación es un embarazo que no fue, con una “protesta” muy efusiva. El celo de la perra es lo opuesto. Es preparación muy ampulosa para recibir a la futura cría.
Esperando la llegada del “galán canino”, que será el responsable de concretar el objetivo reproductivo, el útero de la perra se prepara aumentando de tamaño, dejando un lecho mullido y agradable para la nidación del futuro embrión y ejecutando un proceso parecido al que se lleva a cabo en el útero de la mujer, en la misma situación.
Es en esta etapa donde se producen, en la perra, algunas pérdidas sanguíneas no por hemorragia, como en la etapa de frustración de la preñez y muerte del epitelio, sino por excesos en los preparativos en los que se escapa algo de sangre, sin coágulos y sin dolor. Entonces, en la perra, la pérdida es escasa, sin olor desagradable y por otras causas.
¿Cuál es entonces la diferencia?
En el caso de la mujer cuando llega el “aviso” de que se terminó el tiempo para esperar al galán, bruscamente se corta el suministro de sangre al endometrio por achicamiento del calibre de los vasos (el epitelio del útero) y como la mujer tiene capilares rectos que al bajar el espesor se ocluyen y hacen que muera la capa más superficial que reviste al útero. Esa capa se cae y como consecuencia hay hemorragia, coágulos, pérdidas, dolor y olor por el tejido muerto.
En la perra, cuando llega el aviso del fracaso de preñez, y se anula el riego sanguíneo con la baja del epitelio, los vasos que son en forma de resorte o espiral amortiguan la compresión sin cerrarse ni producir en consecuencia necrosis o muerte y por ende sin dolor, ni olor, ni hemorragia.
En la mujer la menstruación es el fracaso del embarazo, en la perra el celo es la búsqueda de la preñez. Son los extremos opuestos de un mismo camino reproductivo.
Comienza entonces lo que alguien muy acertadamente llamó: “El llanto del óvulo”. En la mujer el proceso sería algo así como el “llanto del óvulo” y en la perra como si fuera “el canto de la sirena”. Cuando la hemorragia cesa la perra está, en teoría, en el momento óptimo para permitir el apareamiento.
Antes atrajo con el olor de las feromonas particularmente percibido por los machos, sin permitir el apareamiento inclusive llegando a agredir, en un juego casi “histérico”, a los pretendientes.