Joseph Ratzinger marcó la historia de la iglesia católica por ser el primer papa que renunció a su cargo como máxima autoridad de esa iglesia en los últimos 600 años.
Teólogo y prelado alemán, elegido Papa de la Iglesia Católica el 19 de abril de 2005, como sucesor de Juan Pablo II, presentó su renuncia en febrero de 2013, decisión con escasísimos precedentes en los dos mil años de historia de la Iglesia.
Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en Marktl (Baviera), diócesis de Passau, en el seno de una familia de agricultores alemanes de profundas convicciones católicas. Su progenitor, Joseph, desempeñaba, además, el cargo de comisario de la gendarmería e hizo asimismo de profesor de su hijo, lo que con seguridad marcó el carácter tímido y retraído del futuro Papa. En la familia fue clave el papel de la madre, Maria Peintner, que ejercía las tareas domésticas y cuidaba de la buena marcha de sus otros dos hijos, Georg y Maria.
En 1943 fue movilizado y combatió en la Segunda Guerra Mundial en una unidad antiaérea que protegía una fabrica de la BMW.
Hecho prisionero por los aliados al concluir la guerra, fue internado en el campo de Ulm en 1945, hasta que pudo volver a casa.
Desde 1946 a 1951 estudió teología y filosofía en la Academia de Frinsinga y en la Universidad de Munich. Rápidamente demostró condiciones brillantes y en 1952 comenzó a dar clases en el seminario de Frisinga.
Después prosiguió sus estudios de filosofía y de teología en el ateneo de Munich y en la escuela superior de Freising, hasta que en junio de 1951 fue ordenado finalmente sacerdote. Los dos años siguientes los ocuparía en preparar la tesis de doctorado, un ensayo sobre San Agustín que fue calificado con un cum laude.
En 1957 inició su periplo como profesor de teología dogmática en el seminario de Freising, hasta que dos años después sería nombrado catedrático de la Universidad de Bonn (1959-1963). Después pasó a la de Münster (1963-1966), y de 1966 a 1969 ocupó la prestigiosa cátedra de Tübingen, donde coincidió con Hans Küng, que se convertiría en el teólogo más admirado y seguido por los jóvenes curas progresistas que habían depositado su esperanza y confiado su futuro en los aires de apertura del concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII en el año 1962 y culminado por su sucesor, Pablo VI, en 1965.
Teólogo de referencia
En Tübingen, uno de los alumnos más brillantes de Ratzinger fue el brasileño Leonardo Boff, con quien más tarde protagonizaría sonados enfrentamientos, aunque menores que los que mantendría con Küng, que se convertiría en su “bestia negra” y en su adversario más duro.
Ratzinger se erigió, empero, en uno de los teólogos de referencia del concilio Vaticano II, junto al propio Küng y Karl Rahner. A sus treinta y cinco años, el bávaro tenía ya un admirable bagaje como docente. Llegó a Roma como experto en pleno debate sobre la libertad religiosa, una de las temáticas que cerraron el llamado concilio del aggiornamento de todos los temas de la Iglesia.
Su nombre se hizo familiar en el entorno eclesiástico y en el de los seglares cultos, hasta el punto que salió del Concilio convertido en una estrella. Sin embargo, su fulgor pronto empezó a languidecer entre los aperturistas, sobre todo porque quedó marcado por el movimiento de Mayo del 68, cuyos aires de libertad y de cambio le convirtieron en un acérrimo defensor de la fe frente al marxismo, el liberalismo y el ateísmo.
Al regresar de Roma ocupó de nuevo su cátedra de Tübingen hasta 1969, año en que ganó por oposición la cátedra de Ratisbona, donde de nuevo siguió deslumbrando a Pablo VI, quien leyó las diversas obras que Ratzinger escribió sobre los trabajos del Concilio, un compendio, en definitiva, de sus lecciones universitarias: Introducción a la cristiandad (1968).
Por ello, el 27 de junio de 1977, Pablo VI lo nombró obispo de Munich y lo elevó al cardenalato. Había acabado el Concilio, que en buena medida se quedaría en letra muerta, hasta el punto que la mayoría de los jóvenes curas, decepcionados, se alejaron de la Iglesia, y los sectores laicos más comprometidos empezaron a organizar sus propios foros de discusión al margen de la jerarquía.
En 1978 Ratzinger fue testigo del llamado “verano de los tres Papas”: Pablo VI, el efímero Juan Pablo I (que inició el periodo de los Papas con nombre compuesto) y el imprevisto Juan Pablo II. Ratzinger asistió ya como cardenal al cónclave que eligió a Karol Wojtyla. El joven cardenal quedó deslumbrado por la entereza del nuevo pontífice, inflexible en el dogma y la moral católica y acérrimo enemigo de aquel régimen comunista que había amargado su juventud.
Lo cierto es que Ratzinger dio un giro radical en sus postulados, hasta el punto de que los devaneos de aggiornamento fueron quedándose difuminados, sobre todo a partir del momento en que obtuvo permiso para viajar a Varsovia y entrevistarse con el futuro Juan Pablo II, con quien trabó ya una sólida amistad.
El nuevo estilo del Papa polaco le fascinaría: simpático, cordial, viajero y flexible en el trato, pero inamovible en el dogma y, sobre todo, en la más rancia moral católica. La sintonía fue mutua, hasta el punto que, en 1981, Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, institución que sucedía al Santo Oficio, de ingrato recuerdo.
Prefecto eclesiástico
El cargo, que asumió en 1982, le fue como anillo al dedo a Ratzinger, quien ya se había apartado definitivamente de sus postulados progresistas y tenía el ojo puesto en los nuevos aires de liberación que flotaban en ciertos ambientes eclesiásticos. En ello coincidía plenamente con Wojtyla, que había traído a Roma un catolicismo beligerante, arcaico y fundado en un Derecho Canónico obsoleto. (En 1996 Juan Pablo II lo confirmaría en el cargo por tiempo indefinido.
En 1984, después de haberse enfrentado de nuevo con Küng, a quien había apartado de su cátedra de Tübingen en 1979 (en especial porque puso en entredicho uno de los dogmas del catolicismo, la infalibilidad del Papa, promulgado por el concilio Vaticano I, y hasta más tímidamente el de la divinidad de Jesucristo, ya establecida en el concilio de Nicea en 323), Ratzinger arremetió contra la llamada Teología de la Liberación con el documento Instrucción de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación.
Los pensadores más relevantes de ese movimiento fueron apartados de la docencia o simplemente decidieron alejarse de esta doctrina, como Boff o Gustavo Gutiérrez.
Otro lastre que arrastró durante su papado fue la revelación de numerosos casos de pederastia en el seno de la Iglesia católica. Las acusaciones surgidas en Estados Unidos y otros países europeos resultaron aún más escandalosas al saberse que altas jerarquías eclesiásticas habían tendido a ocultar los casos en lugar de imponer sanciones a los sacerdotes; se acusó al propio Ratzinger de haberse abstenido de actuar en su etapa como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En sus dos últimos años, ni siquiera la situación interna de Vaticano estuvo exenta de inquietudes. En mayo de 2012, Ettori Gotti Tedeschi, amigo personal de Benedicto XVI y presidente del Banco Vaticano, fue cesado por presuntas irregularidades en su gestión; desde hacía un año era investigado por incumplir las normativas sobre blanqueo de capitales. Por esas mismas fechas el mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, fue detenido por filtrar documentos internos en un escándalo que fue llamado Vatileaks. Aunque poco después fue indultado por el papa, los documentos revelaron la existencia de fuertes disensiones internas.
Con la salud debilitada, en 2013 Benedicto XVI anunció su renuncia al papado, efectiva a partir del 28 de febrero, bajo el argumento de que “para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”. La decisión fue considerada histórica, por datarse su más cercano precedente siete siglos atrás, y dejaba en evidencia que la institución papal ya no puede ser indefectiblemente vitalicia. El 13 de marzo de 2013, el cónclave eligió como nuevo pontífice al prelado argentino Jorge Mario Bergoglio; el papa Francisco, nombre que adoptó en honor a San Francisco de Asís, había sido ya uno de los cardenales más votados cuando Benedicto fue elegido en 2005, y no escatimó elogios hacia la figura de su predecesor.