Globos inundan las orillas del Támesis en Londres en la exposición interactiva ‘Emocionaire‘, donde más de veinte artistas reflexionan sobre las emociones humanas mediante los inflables.
Tres millones de personas han disfrutado ya en todo el mundo del Museo de los Globos, un lugar “donde los adultos pueden volver a ser niños” y los más pequeños, tener “una experiencia totalmente única” gracias al arte y a su imaginación, afirmó a la agencia EFE una portavoz, Giulia Francescangeli.
El singular museo, abierto hasta el 18 de febrero en el edificio victoriano Old Billingsgate, permite que los asistentes interactúen con gran parte de sus obras, algunas de las cuales son exclusivas de la localización londinense, frente a las previamente expuestas en otras ciudades, como Madrid, París o Nueva York.
La pasividad de otras muestras de arte no es compartida por este museo, en el que destaca la posibilidad de interactuar con la mayoría de sus obras. “La interacción es la base de nuestro proyecto”, subraya Francescangeli.
Perderse en un laberinto de globos con ‘Abismo cúbico’, explotar pompas de jabón en ‘Horizontes de agujeros negros’ o jugar con un lienzo multicolor de tacto gelatinoso en ‘Caleidoscopio’ son algunas de las experiencias.
Su buque insignia, compartido en todos los destinos a los que ha acudido el Museo de los Globos, es la gigantesca piscina de bolas, que en esta ocasión recibe el nombre de ‘Hyperfeeling’.
El color amarillo llena la sala y hace referencia a los ’emojis’ -pequeñas figuras usadas en redes sociales para mostrar sentimientos- a la vez que ofrece una experiencia multisensorial donde todos, literalmente, pueden sumergirse.
Los globos son el denominador común de las casi veinte salas en las que se divide el museo, pero las emociones que se pueden apreciar en ellas varían a medida que se recorre el edificio victoriano.
Muestra de esa diversidad es la obra ‘De alguna manera, no me siento cómoda’, en la que, con unos globos rosas con forma de conejo, la japonesa Momoyo Torimitsu traslada la frustración ante la exigencia de encajar en la feminidad estereotipada de un mundo patriarcal.
El museo tiene espacio para la creación española de Miranda Makaroff, ‘Caos sincronizado’, donde un infinito pasillo de personajes inflables que cambian de color reflexiona sobre la complejidad intrínseca de la mente humana.
“Cada artista representa una cultura diferente y quiere estimular una emoción distinta”, matiza Francescangeli.
Como ejemplo, el enfado. El diseñador Motomichi Nakamura confronta a los asistentes con unas bolas de cañón que los desafían con su rostro airado.