Mientras el coronavirus sigue causando estragos en todo el mundo, la urbe donde apareció el patógeno respira tranquila y sin necesidad de mascarilla. “Wuhan, la ciudad más afectada por la covid-19 en China, es ahora la ciudad más segura del país”, llegó a decir en junio Feng Zijian, subdirector del Centro Nacional de Control y Prevención de Enfermedades chino.
En el lugar donde todo comenzó, en el señalado como epicentro mundial de la pandemia de coronavirus, llevan tiempo procurando que todo el planeta vislumbre su victoria con imágenes calculadas para el disfrute patrio y la envidia del exterior. Wuhan lleva desde mediados de mayo sin registrar un solo caso local de coronavirus. Las cuarentenas y restricciones han dejado paso a algo que se parece mucho a la vieja normalidad.
A todas horas, mercadillos, restaurantes y terrazas se animan con un flujo incesante de clientes. Al atardecer, las señoras salen a ensayar coreografías en los parques, un clásico del paisaje urbano chino. Y con la noche ya encima, un espectáculo de luces en los rascacielos entretiene a los que pasean en las orillas del río Yangtsé.
Existen numerosos interrogantes sobre el origen del virus y la respuesta inicial de las autoridades chinas al brote. Pero eso no evita que Pekín promocione la vertiginosa recuperación de Wuhan como prueba de que su modelo de gestión de la crisis, criticado por draconiano e incluso contrario a los derechos humanos, es superior al de muchas democracias occidentales, mucho más afectadas por el patógeno.
Primero fueron las fotografías de las largas colas en mayo de toda la población de esta urbe de 11 millones de habitantes aguardando su turno para pasar una prueba PCR. Después vinieron los vídeos de una macrofiesta de música tecno en una piscina. Y ahora, justo ocho meses después de que el mundo recibiera la alerta de que había un extraño virus rondando por una desconocida ciudad del centro de China, llegan las imágenes de la vuelta al cole con los niños sin mascarillas dentro de las aulas.
Unas 2.800 escuelas y guarderías de la ciudad retomaron las clases tras las vacaciones estivales sin la incertidumbre que causa la vuelta al colegio en otros países. Sus 1,4 millones de estudiantes se sumaban así a los alumnos del instituto, que ya se habían reincorporado en mayo, y a los universitarios, que el pasado viernes reanudaron las clases presenciales –previa presentación de test negativo– tras meses de educación en línea.
En los centros, las medidas de seguridad son más relajadas que las impuestas en abril y mayo para la primera reapertura. Hay controles de temperatura, equipos de desinfección, personal médico adjunto al centro e incluso se ofrece ayuda psicológica. También se han revisado los comedores escolares e inspeccionado los alimentos almacenados, rastreando el origen de la comida. La mascarilla no es obligatoria, aunque se recomienda su uso en el camino a la escuela, así como evitar el transporte público.
Por otro lado, los simpatizantes del club chino Wuhan Zall, ubicado en la ciudad donde se originó el coronavirus, pudieron asistir este domingo por primera vez a un partido de fútbol desde el inicio de la pandemia para ver el choque con Beijing Guoan por la novena fecha de la Superliga china.
La Superliga china (CSL) está de nuevo abierta a un reducido número de espectadores, con la condición que hayan sido declarados negativos por coronavirus en un test realizado en los siete días previos al partido.
Cerca de 300 aficionados del Wuhan los que realizaron los 750 kilómetros de viaje hasta Suzhou para ver a su equipo enfrentarse a uno de los aspirantes al título, el Beijing Guoan. Durante el partido, la enfermedad y las medidas de distancia social desaparecieron de la mente, dando lugar a saltos y abrazos de unos con los otros.
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Aunque la vida sigue, eso no significa que todo esté olvidado. En Wuhan, las cicatrices psicológicas por lo vivido todavía siguen supurando en muchas familias, mientras que el daño económico causado tardará todavía mucho tiempo en sanar. Además, los habitantes cargan con el estigma de ser oriundos de la ciudad que vio nacer la primera pandemia global del siglo XXI, y temen ser señalados, tanto en otras ciudades chinas como en el extranjero. Finalmente, queda el temor a que la pandemia pueda volver a hacer acto de presencia en los próximos meses.
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