El frío extremo y el hielo que hicieron fracasar a Napoleón y a Hitler cuando se encaminaban a conquistar Moscú, ahora puede ser nuevamente el factor determinante en esta invasión de Rusia a Ucrania. Los franceses lo bautizaron como el “General Invierno”, comienza en noviembre y termina a fines de marzo. Las llanuras del este ucraniano no sólo se congelan, sino que hacen casi imposible el transporte fuera de las rutas principales.
Para Ucrania también es una carrera para avanzar antes de que las democracias occidentales se cansen de entregarle ayuda militar y económica. Para Rusia, es una lucha por mantener frescas y moralmente fuertes a las pocas tropas que le quedan después de cinco meses de marchas y contramarchas.
Vladimir Putin, el hombre que lanzó esta guerra, dijo la semana pasada que “todavía no vieron nada, esto aún no comenzó”. Estaba eufórico después del único triunfo que puede esgrimir, el control total de la provincia ucraniana de Luhansk tras la toma de la ciudad de Lisichansk, la última que estaba en manos del gobierno de Kyiv. Era un paso en su objetivo máximo en este momento que es el de quedarse con la rica región industrial y carbonífera del Donbás.
En realidad, estaba festejando muy poco. En los últimos dos meses, las tropas rusas lograron ocupar el 5% del total del territorio que controlan. Tardaron casi tres meses en tomar la última quinta parte del territorio de la provincia de Luhansk tras reorientar su guerra en el este del país a mediados de abril. Su fracaso a la hora de rodear y capturar a las fuerzas ucranianas –que era parte del plan inicial para avanzar en el Donbás- provocó retrasos y un cambio en las tácticas rusas. Tuvieron que hacer lo mismo que en Chechenia y Siria, avanzar sobre tierra arrasada. Lanzaron un bombardeo implacable, utilizando hasta 50.000 proyectiles por día, pulverizaron las posiciones ucranianas y las obligaron a retirarse. Ucrania perdió entre 100 y 200 soldados al día. El resultado es que los rusos terminaron ocupando ciudades de ancianos y desvalidos, sin una infraestructura mínima para seguir funcionando.
“Rusia podría seguir desgastando los arsenales de munición ucranianos, su reserva de tropas cualificadas y la paciencia de la comunidad internacional para abrirse paso lentamente hacia el cumplimiento de sus objetivos”, escribieron la semana pasada los investigadores, Jack Watling y Nick Reynolds, en su informe para el Royal United Services Institute (RUSI).
Ambas fuerzas se encuentran en una fase de desgaste. Cansar al enemigo con bombardeos masivos o tácticas disuasorias hasta dejarlo sin recursos. Tanto en el Kremlin como en Kyiv saben que no tienen más de seis meses para definir la guerra –las acciones podrían continuar más tiempo aún, pero dentro de un panorama ya de una victoria imposible para alguno de los bandos- antes de que sus tropas comiencen a sentir un desgaste definitivo en el combate y que los aliados dejen de proveer ayuda. “La cuestión más interesante en este momento no es quién captura 5 km de tierra, ni siquiera dónde, sino cuáles son las perspectivas a largo plazo para las dos fuerzas”, explicó, Michael Kofman, director del centro de estudios militares CNA, en el podcast War on the Rocks. La magnitud de las pérdidas y la capacidad de ambas partes para reponer fuerzas es ahora crítica.
Por Infobae.