El camino de Moussambani hacia Sidney 2000 fue rocambolesco. De entrada, su país, Guinea Ecuatorial, fue uno de los tres países invitados a participar en la competición de Natación sin previa clasificación, junto a Níger y Tayikistán. Esto supone que nadie había calibrado el nivel de los representantes de estos tres países en la prueba de 100 m libre, algo que el COI acabaría lamentando públicamente más tarde. Y es que Moussambani jamás se había metido en una piscina olímpica antes de llegar a Sidney.
De hecho, y como él mismo explicaría más tarde, se estuvo entrenando en la piscina de un hotel de Malabo que apenas medía 12 metros de largo. Cuenta que el entrenador de Sudáfrica, cuando le vio calentar ya en Sidney, se apiadó de un chico cuya técnica era nula y ni siquiera sabía girar en la pared al finalizar un largo de 50 metros y empezar el siguiente. “Me dio la técnica adecuada para sumergirme y empujar con los pies para salir con fuerza. Lo ensayé con él muchas veces en la piscina. Me ayudó mucho sin pedir nada a cambio. Es más, fue él quien me dio el bañador azul con el que acabé compitiendo”, recordaba hace unos meses Moussambani en una entrevista de Daniel Arribas para El Mundo.
El destino quiso que, para hacer más grande la leyenda, Moussambani recorriera aquellos 100 metros nadando frente a millones de ojos de todo el mundo completamente sólo. Los nadadores de Níger y de Tayikistán quedaron eliminados por salida nula, algo que, si se piensa bien, es un fracaso mucho mayor que el de Moussambani. Así quiso entenderlo el mundo, que elogió el espíritu de superación de un hombre que apenas unos meses antes de llegar a los Juegos Olímpicos, ni siquiera sabía nadar y que completó aquellos 100 interminables metros en un tiempo de 01:52:72 (para que os hagáis una idea, el actual récord del mundo está en 00:46:91).
Pero, ¿cómo llegó aquel tipo a representar a su país? ¿No había mejores nadadores en Guinea Ecuatorial? Lo cierto es que, tras recibir la invitación del COI para participar en la prueba, la Federación Ecuatoguineana de Natación no tuvo mejor idea que poner un anuncio en la radio buscando deportistas. A la llamada sólo acudieron un hombre y una mujer, Eric Moussambani y Paula Barila, que a la postre serían los representantes del país en la piscina de Sidney. A ella, por cierto, no le fueron mucho mejor las cosas: quedó última en su clasificación de los 50 metros libres, doblando el segundo peor tiempo de la prueba y firmando la marca más lenta jamás registrada en unos Juegos Olímpicos.
MOUSSAMBANI TRAS SIDNEY
Pese a que al día siguiente de su carrera en Sidney, el mismísimo presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge afirmó que iban a evitar en el futuro que se repitiesen casos como el de Moussambani (“al publicó le ha encantado, pero a mi no”, declaró), lo cierto es que nuestro amigo no se desanimó. Al contrario, para Atenas 2004 había logrado dejar su marca por debajo de los 57 segundos, pero un problema con su pasaporte frustró su intento de regresar a la piscina olímpica. Lo volvió a internar en Londres 2012, pero de nuevo un error administrativo le apartó de la cita, por lo que consumó su retirada tras este nuevo traspiés.
Poco después, decidió convertirse en entrenador y aquel mismo año la Federación Ecuatoguineana de Natación le nombró Seleccionador Nacional. Pese a las palabras de Rogge, el COI acabó asumiendo que Eric había representado como pocos el Espíritu Olímpico, y por ello en su museo se exhiben las gafas y el bañador que utilizó en Sidney. Aunque algunos quisieron humillarle (por ejemplo, la televisión alemana le propuso que corriera una carrera con una anciana de 85 años, algo a lo que se negó), el tiempo le colocó en su lugar, el de los hombres comunes que, cosas del destino, logran hazañas imposibles, como la de participar en una Olimpiadas como nadador sin saber nadar. El propio Leo Messi le reconoció una vez en Barcelona y gracias a Moussambani ahora en Guinea Ecuatorial hay dos piscinas olímpicas y muchos jóvenes dispuestos a seguir sus pasos.