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1, 2, 3, 4, adiós a Trump y a su teatro

Actualmente, en todo el mundo, ciudadanos furiosos están tomando las calles. En Hong Kong, han continuado durante meses las manifestaciones masivas y, en el momento más turbulento, lograron convocar a casi una cuarta parte de la población del territorio. Durante los últimos cinco días, cientos de miles de personas han marchado en contra de la austeridad y la corrupción en Líbano, y el gobierno aprobó un paquete de reformas para atender sus reclamos. En Chile, las protestas a causa del aumento de las tarifas del metro han escalado hasta convertirse en un levantamiento más amplio en contra de la desigualdad.

Estas manifestaciones forman parte de una tendencia global. “En esta década ha habido un verdadero incremento en el uso de las protestas masivas como una manera de expresar reclamos contra los gobiernos en todo el mundo”, explicó Erica Chenoweth, profesora de Harvard y coautora de “Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict”. De hecho, según Chenoweth, en los últimos diez años ha habido más manifestaciones masivas para exigir la renuncia de dirigentes políticos que en cualquier otra década a partir del año 1900.

Así que, a medida que la impunidad burlona y la corrupción impactante de Donald Trump siguen intensificándose, resulta desconcertante, al menos para mí, que los estadounidenses no estén saliendo en masa a las calles. Esta presidencia comenzó con la protesta más grande en la historia de Estados Unidos, y sus primeros dos años estuvieron marcados por una serie de manifestaciones de gran repercusión mediática. Sin embargo, en el tercer año de su mandato, aun cuando héroes militares impasibles y feministas socialistas comparten la creencia de que Trump representa una amenaza para la república, las protestas contra el gobierno han disminuido. Es bien sabido que Lyndon Johnson fue atormentado por los cánticos de los manifestantes que podían escucharse a través de los muros de la Casa Blanca. ¿Por qué no ocurre lo mismo con Trump?

Activistas y expertos en el tema ofrecen explicaciones optimistas y pesimistas sobre la relativa inactividad de los estadounidenses. Empecemos con la parte pesimista: algunas personas están agotadas. En su libro “American Resistance: From the Women’s March to the Blue Wave”, Dana Fisher, profesora de la Universidad de Maryland, describe cómo una serie de “conmociones morales” impulsaron a la gente que no se consideraba activista a unirse a las protestas. No obstante, luego de tres años de trumpismo, las personas ya no se conmocionan con la misma facilidad. “Las personas se han acostumbrado a un cierto nivel de indignación”, me dijo Fisher.

Sin embargo, esa no es la explicación completa. Fisher encuestó a la gente que acudió a la Marcha de las Mujeres y otras manifestaciones, y se mantuvo en contacto con ellas para realizar encuestas de seguimiento a seis meses de las elecciones intermedias y dos días después de la votación. “Todos sus niveles de compromiso ciudadano aumentaron”, afirmó.

Muchas de ellas habían llamado a los funcionarios electos y asistido a reuniones municipales. Ahora, dice, gran parte de la Resistencia está enfocada en organizarse en torno a los candidatos presidenciales, en particular Elizabeth Warren. “Una de las razones por las que estamos viendo menos protestas es que estas se consideran como el principio del activismo y la participación política, no como el fin”, comentó.

Por lo tanto, si en Estados Unidos no estamos viendo la clase de manifestaciones enormes que están atribulando a otros países, se debe, al menos en parte, a que aquellos que se oponen con más firmeza a Trump aún creen que el poder de nuestra democracia acabará con él. “La gente realmente confía en que todo se resolverá en las elecciones”, dijo Chenoweth. “Esto es algo común en las democracias, cuando se empieza a ver que una ola de protestas de verdad se intensifica, muchas veces esa movilización se canaliza hacia la próxima elección”.

No obstante, la próxima elección es dentro de un año, y la democracia estadounidense está en peligro ahora mismo. No se puede confiar en que una elección vaya a contener al presidente si este está usando su poder para socavar el proceso electoral con interferencia extranjera. Parece que Trump y los que lo rodean se vuelven más descarados cada día en sus infracciones a la ley.

La campaña de reelección del presidente está vendiendo camisetas con la palabra “Supérenlo”, que fue el término usado por el actual jefe de Gabinete de la Casa Blanca Mick Mulvaney después de admitir, en televisión nacional, el toma y daca de Trump con Ucrania. Los colaboradores de Trump desobedecen citatorios con singular alegría. Ahora que ya no están los miembros del personal que al menos intentaban restringirlo, el mandatario está probando los límites de su autoridad y solo se retracta ante la furia pública bipartidista, tal como lo hizo cuando dio marcha atrás a su plan de convertir el Trump National Doral, su centro vacacional en Florida, en la sede de la cumbre del G7 del año próximo.

Conforme la investigación para aprobar el juicio político comience a cercarlo, Trump seguirá rebelándose. Es por eso que una cantidad cada vez mayor de personas —muchas de ellas más moderadas que yo— han empezado a convocar marchas masivas como respuesta.

Los organizadores de protestas están compartiendo ideas sobre cómo llevar esto a cabo. “En nuestra experiencia, los momentos de movilización más exitosos tienen una especie de detonante o punto de inflamación”, explicó Leah Greenberg, cofundadora de Indivisible, una organización anti-Trump. “Como movimiento, hemos acordado organizar el próximo punto álgido de movilización en torno a la votación de la Cámara de Representantes”.

Una vez que la Cámara vote a favor de enviar los argumentos para un juicio político al Senado, tiene que haber una oleada pública que obligue al líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, a permitir que se realice un juicio riguroso y transparente. Después, suponiendo que las pruebas sean tan convincentes como parecen, debe haber un acto masivo y pacífico para exigir la destitución de Trump.

Quizá los estadounidenses piensen que la democracia en nuestro país es más sólida que en los lugares afectados por manifestaciones enormes. Sin embargo, en esta etapa riesgosa de una presidencia peligrosa, una afluencia tremenda en las calles tal vez sea la única manera de garantizar que siga siendo así.

c.2019 The New York Times Company

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