El capitalismo tal y como lo conocemos hoy no está funcionando. La inestabilidad laboral, la creciente desigualdad y el rápido y fuerte deterioro medioambiental son su más evidente constatación. Los efectos de la crisis financiera y el bajo crecimiento se unen a cambios estructurales de la economía que, según muchos y diversos parámetros, no sabemos abordar. El mantra del Foro de Davos en su reunión de este 2020 pasa por avanzar hacia un capitalismo donde el objetivo de las empresas vaya más allá del beneficio y genere valor para todos los partícipes.
“El capitalismo descuidó el hecho de que una empresa es un organismo social, además de un ente con fines de lucro. Esto, sumado a las presiones ejercidas por el sector financiero con respecto a la obtención de resultados a corto plazo, provocó que el capitalismo estuviera cada vez más desconectado de la economía real. Somos muchos los que hemos visto que esta forma de capitalismo ya no es sostenible”, escribía el pasado mes de diciembre el fundador de Davos, Klaus Schwab.
El Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) va a dedicar su 50 edición a lo que han denominado el capitalismo de los partícipes (stakeholder capitalism), para apostar por un modelo económico integrador y sostenible, que corrija los problemas que ha creado el capitalismo y que se han agudizado desde la crisis financiera. Davos plantea a los ejecutivos que acuden a la estación alpina un nuevo Manifiesto que establezca que es necesario que las empresas paguen un porcentaje equitativo de impuestos, tolerancia cero frente a la corrupción, respeto a os derechos humanos en sus cadenas de suministro mundiales y la competencia en igualdad de condiciones.
En uno de sus últimos análisis antes de ser nombrada ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya insistía en la necesidad de “reinventar el capitalismo en el siglo XXI para la gente, el planeta y la prosperidad” porque “está fuera de toda duda que la forma en que opera el capitalismo hoy debe cambiar”. Hasta las grandes compañías de EE UU, reunidas en torno a la Business Roundtable, han publicado un comunicado en el que reconocen que “cada una de las partes interesadas es esencial” para sus empresas. “Nos comprometemos a crear valor para todos ellos, por el éxito futuro de nuestras compañías, nuestras comunidades y nuestro país”. El compromiso, de momento, no ha ido más allá del comunicado.
“Asistimos a un cambio de paradigma”, explica Juan Costa, socio de EY Global. “Hemos pasado de una economía financiera, donde esos parámetros eran los que determinaban el valor de las empresas, a una economía de intangibles. El 85% de la capitalización de las empresas del S&P500 procede de activos intangibles y solo el 15% de activos financieros, justo al revés que hace 40 años”, apunta. “Las desigualdades están aumentando y son multidimensionales, no solo por renta también por geografía, por generación… Y luego está un modelo económico construido al margen del capitalismo social y ecológico. El cambio climático es un fallo estructural del sistema”, recalca.
El economista Branko Milanovic, cuyo último libro Capitalism alone aborda la historia y los problemas del capitalismo, se muestra escéptico con todas estas iniciativas. “Nada que no sea obligatorio cambiará las cosas. No creo que las proclamas de buenas intenciones vayan más allá de eso”, explicaba al teléfono la semana pasada en su último día como profesor en Barcelona.
Costa y Milanovic coinciden en que la fiscalidad debe y puede jugar un papel fundamental en ese rediseño, reinvención o fortalecimiento del capitalismo, según se vea. “Sin cambios tributarios que penalicen las herencias, la riqueza y las rentas altas no se podrá reducir la desigualdad. Además, se pueden gravar determinadas actividades, como los viajes cortos de avión que cuenten con medios de transporte alternativos, y eso sí puede tener un impacto”, asegura Milanovic. “¿Por qué vamos a gravar la creación de empleo o los beneficios pero no el deterioro medioambiental y la destrucción de lo que es patrimonio de todos?”, se pregunta el socio de EY Global.
El Manifiesto que propone Schwab pone el acento en la necesidad de crear nuevos parámetros que permitan medir la creación de valor compartido, de los objetivos ambientales, sociales y de gobernanza. Porque solo si tienen valor para las empresas, estas se lo tomarán en serio. Davos va a discutir, precisamente, qué métricas e indicadores hay que tener en cuenta tanto a nivel empresarial como a nivel de políticas públicas para ampliar el concepto de crecimiento y valor a largo plazo.
Es lo que ha hecho, como recordaba en su análisis González Laya, la alemana BASF al calcular el valor monetario de sus iniciativas económicas, sociales y medioambientales. En este balance, la compañía química pone en el haber el pago de impuestos y salarios y deduce de los ingresos y las amortizaciones los costes de emisiones contaminantes y el uso intensivo del agua. Costa pone el acento en la necesidad de “cambiar el modelo de creación de valor y adaptarlo a las políticas públicas”, que vayan más allá del PIB. Hay Gobiernos, como el neozelandés liderado por Jacinda Arden, que el año pasado aprobó el “presupuesto del bienestar”.
Entre los puntos destacados del Manifiesto de Davos se incluye “la necesidad de ajustar la remuneración en los niveles ejecutivos de las compañías, cuyos salarios se han disparado desde la década de los años setenta”. No parece, sin embargo, que los davosianos estén dispuestos a abordar ese debate por mucho que lo plantee el WEF. Ni siquiera los 125 milmillonarios que acudirán esta semana hasta la remota estación de esquí.